3 sept 2015

No todo lo que se desea expresar se entiende

Por TEÓFILO QUICO TABAR

El lenguaje no puede suponer solamente un esfuerzo de parte de aquel que expresa su pensamiento; exige también un esfuerzo de parte de aquel que escucha; pues de lo contrario se podría caer finalmente en lo que Leibniz llamó el “psitacismo, o manera de emplear como un loro el lenguaje humano”.

El objeto del lenguaje no es necesariamente proporcionar un facsímil del pensamiento, sino más bien permitir a la inteligencia, pensar ella misma, por un esfuerzo de repetición activa, lo que piensa la inteligencia del que habla. Desde ese punto de vista el lenguaje humano desempeña su función, dependiendo de la exposición, y de la capacidad intelectual y de interpretación del que oye.


Todo lo que es concebido o pensado por nuestra inteligencia, puede ser expresado o traducido en el lenguaje. Pero por manejable que sea el tema, al expresarse mediante el lenguaje, puede resultar deficiente con relación al pensamiento. Por eso algunos recurren al método de escribir lo que se quiere expresar, porque por más elevados conocimientos intelectuales del expositor, al hacerlo, pueden quedar disminuidos en la expresión oral, y el que escucha entender otra cosa.

Por eso se dice: “el lenguaje expresa o significa todo lo que es necesario de nuestro pensamiento, para que otra inteligencia, al entender las palabras pronunciadas, pueda representarse a sí misma el mismo pensamiento. El resto no es necesario y por lo tanto no debe ser expresado, bajo pena de recargar y complicar hasta el infinito los signos alados de las palabras”.

Aristóteles decía: “al no poder llevar al medio de nuestras discusiones las cosas mismas, son las palabras las que hacemos comparecer en su lugar como sus substitutos”. Por eso, si no tomamos en cuenta que una misma palabra puede tener distintos significados, y al mismo tiempo ocupar el lugar de cosas muy diferentes, podemos caer en grandes errores.

El discurso como una expresión importante del lenguaje e instrumento de comunicación, los lógicos lo definían como “la sucesión de sonidos articulados cuyas partes separadas tienen una significación a título de términos”. Definición que se refería al discurso hablado, que es una expresión del discurso pensado, que a la vez es una sucesión de conceptos enlazados entre sí. Ellos definían el discurso “perfecto o acabado”, el que ofrece a la inteligencia un sentido donde pueda fijarse; y el “imperfecto o inacabado”, el que deja a la inteligencia en suspenso.

Entre los discursos perfectos la Lógica distingue: la enunciación o proposición, que expresa el juicio o concepción del espíritu; la argumentación, que expresa el razonamiento; y el discurso de intención práctica, que expresa alguna cosa por hacer.

La clasificación de intención práctica supone algún juicio, pero lo que comunica al prójimo no es precisamente ese juicio, sino una propuesta para obrar. La Lógica, que solo considera el lenguaje humano en cuanto expresa lo verdadero y lo falso, solo se ocupa de la enunciación y la argumentación, porque son: “una sucesión de enunciaciones enlazadas entre sí de modo que produzca una conclusión”.


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