Por ANDRÉS L. MATEO
La historia del Estado-nación
denominado “República Dominicana” es la historia de un gigantesco despojo. Y a
ése despojo se ligan indisolublemente las ambiciones de la clase media por
ascender en el orden social y económico. La seudo-república no ha sido más que
el escenario de la movilidad social y las angustias de los pequeños burgueses;
y el saqueo del Estado ha constituido la norma. Por eso no es nada nuevo que el
pensamiento liberal altere su naturaleza para reproducirse a sí mismo en el
poder.
Es por eso que Américo Lugo será
por siempre un pensador indignado; se empinó iracundo apoyándose en esa
constante, y tronó maldiciendo nuestro destino: “El Estado dominicano (…) no ha
podido subsistir sino en condición de farsa o parodia de los Estados
verdaderos”. Y esa “parodia de los Estados verdaderos”, ha tenido momentos
trágicos y hasta cómicos. Santana fundó un Estado sin el pueblo, y era como un
país portátil que viajaba en su mochila. Báez se robó “hasta la cubertería del
palacio de gobierno”, y cuajó un desprecio inaguantable contra su propio
pueblo, aunque fue él quien dio aliento al espíritu aventurero de la clase media,
como dice Juan Bosch. Lilís era un portento para saquear al Estado. Entre la
riqueza pública y su fortuna personal no había diferencia. En los burros de
“Guelito”(el general Miguel A. Pichardo, su hombre de extrema confianza)
viajaban la nómina pública junto con los dineros de las amantes de turno y el
pago al viejo Vicini (“Págale al viejo Vicini, y no lo pongas a firmar ningún
papel, que cuando él me prestó no me puso a firmar nada”). Pero la extrema
depauperación del Estado por la clase media la narra el propio Juan Bosch en su
libro “Composición social dominicana”, son los “vales” en el gobierno de
Ignacio María González, cuyo valor de cambio alcanzaban hasta para pagar a las
prostitutas por sus favores sexuales en los cafetines de mala muerte.
La del Estado-nación dominicana
es la historia del saqueo. Podríamos llenar numerosas cuartillas, infinitos
escenarios en los cuales la realidad supera la imaginación. El trujillismo,
cuya dimensión de saqueo absoluto y dominación alcanzó hasta lo mágico religioso,
supera a todas las emanaciones divinas de los dictadores del continente.
Balaguer nos hizo creer que su segunda naturaleza era el poder. Leonel
Fernández mordió el destino, para legitimar el saqueo. Creíamos que lo habíamos
superado todo, que habíamos agotado todos los límites, y que nuestros martirios
nos autorizaban a confundir la memoria con la imaginación. Pero no. Apareció
Danilo Medina, un hombre que adora el plagio, y nos propone reproducir un
esquema de saqueo del Estado casi perfecto. Lilís coaligó Rojos y Azules para
el saqueo, e hizo desembocar el aliento liberal de los azules en dictadura.
Danilo Medina organiza el saqueo del Estado con Rojos, Blancos y Morados; están
dispuestos a todo para desvencijarnos. En una historia tan truculenta como la
dominicana, no se conocía tanta determinación para el saqueo del Estado.
Danilo Medina encontró su verdad
en la elaboración de sus mentiras. Él pedía sólo un periodo para mostrarnos la
luna, ahora despliega su vocación de absoluto mostrándonos el trasero. Ambos
eran falsos, ambos estaban estancados en el oprobio de una historia de despojo
mil veces repetidas.
Entramos en una fase de negación
pragmática del espacio democrático y asalto al Estado. No hay instituciones,
todos los mecanismos de arbitraje social de la vida democrática están en poder
de la coalición de partidos que organiza el saqueo más espectacular de la
historia dominicana. Es la nueva forma de la dictadura.
Como dice el campesinado: esto es
un convite. No habrá elecciones libres, no podrán serlo de esta manera. Solo
queda la lucha para defender las débiles conquistas democráticas.

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