Por JOSÉ MÁRMOL
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Zygmunt Bauman, el sociólogo y
filósofo polaco que con singular perspicacia ha desentrañado las miserias y las
ambivalencias de la era moderna líquida, como la define, en que vivimos hoy (en
oposición a la era moderna sólida del siglo XX), al explicar cómo el vocablo
“atención” ha modificado su carga semántica, transformando la idea de observar
algo con detenimiento, a tener que observarlo ahora con velocidad, opta por
emplear ejemplos relativos a una de las más caras conquistas de estos días: la
autopista de la información o internet.
Esta conquista conlleva una
relevante paradoja: tenemos cada segundo más información disponible en las
bases de datos propias del orbe digital, sin embargo, contamos cada vez con
menos espacio para comentarla, comunicarla, explicarla en profundidad o de
forma prolija.
La sentencia de Baltasar Gracián
que reza “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” se ha convertido en un axioma
que refleja, antes que la importancia de lo bueno, el poderío de la brevedad en
la vida cotidiana de los seres humanos del siglo XXI.
Desde la era premoderna a la
moderna sólida del capitalismo del siglo XX pudimos contar con el telégrafo, un
instrumento que forzó la comunicación remota a la brevedad, en comparación con
las largas epístolas y los extensos discursos y conferencias transmitidos por
ondas hertzianas.
Un telegrama era un mensaje
codificado que tenía como soporte un trozo de papel. Se hacía inminente el
mandato del poeta Baudelaire acerca de la íntima relación entre modernidad y
velocidad.
La noción de atención que
prevalece en la cultura contemporánea está muy cerca de la superficialidad y la
banalidad. Lo esencialmente profundo no es propio de estos tiempos.
Lo epitelial, lo “light”, lo que
se puede revisar, antes que leer con rapidez montan la cresta de la ola de lo
importante, lo útil. Reflexionar no está de moda. Importan más la mera postura
y la presunción que el conocimiento y la meditación radicales.
Lo relevante hoy no es razonar en
profundidad un argumento, una información, sino, más bien, navegarlos,
surfearlos, dar visos de que se visitó la idea, de que fue vista y no,
precisamente, meditada.
Aunque un canal digital como
Facebook es más laxo, y el email o el mensaje de texto a través del teléfono
móvil nos ponen amarras menos rigurosas, en cambio, Twitter, un canal cada vez
menos eludible, nos somete a la perversa lógica de la brevedad de 140
caracteres.
Bauman sustenta que de llevar al
mundo electrónico el principio darwiniano de la “supervivencia del más fuerte”,
la información más proclive a alcanzar la atención humana es aquella más breve,
la menos profunda y la menos cargada de significado. De ahí la prevalencia de
las oraciones en lugar de argumentos elaborados, palabras de moda en lugar de
oraciones, fragmentos sonoros en lugar de palabras.
El precio que se paga por la
“disponibilidad” de la información resulta en “encogimiento” de su contenido;
mientras que el precio de su “disponibilidad inmediata” es una reducción severa
de su significación. Lo dice en su libro de 2011 “Daños colaterales.
Desigualdades sociales en la era global”.
En la cultura de los grandes
pensadores del siglo XIX, e incluso, de inicios del XX, en cambio, los
auditorios escuchaban complacidos conferencias tan extensas que luego se
convirtieron en libros clásicos de cientos de páginas.
Las generaciones actuales cuentan
con una incalculable cantidad de información en la biblioteca virtual del
ciberespacio.
Sin embargo, cada vez es más
escasa, por breve, desmemoriada y superficial, su formación intelectual y
espiritual. ¿Cuánto hemos ganado? ¿Qué hemos perdido?
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