29 jun 2015

La lógica del ‘tuit’ y nuestra era

Por JOSÉ MÁRMOL
josemarmolp[@]gmail.com

Zygmunt Bauman, el sociólogo y filósofo polaco que con singular perspicacia ha desentrañado las miserias y las ambivalencias de la era moderna líquida, como la define, en que vivimos hoy (en oposición a la era moderna sólida del siglo XX), al explicar cómo el vocablo “atención” ha modificado su carga semántica, transformando la idea de observar algo con detenimiento, a tener que observarlo ahora con velocidad, opta por emplear ejemplos relativos a una de las más caras conquistas de estos días: la autopista de la información o internet.


Esta conquista conlleva una relevante paradoja: tenemos cada segundo más información disponible en las bases de datos propias del orbe digital, sin embargo, contamos cada vez con menos espacio para comentarla, comunicarla, explicarla en profundidad o de forma prolija.

La sentencia de Baltasar Gracián que reza “Lo bueno, si breve, dos veces bueno” se ha convertido en un axioma que refleja, antes que la importancia de lo bueno, el poderío de la brevedad en la vida cotidiana de los seres humanos del siglo XXI.

Desde la era premoderna a la moderna sólida del capitalismo del siglo XX pudimos contar con el telégrafo, un instrumento que forzó la comunicación remota a la brevedad, en comparación con las largas epístolas y los extensos discursos y conferencias transmitidos por ondas hertzianas.

Un telegrama era un mensaje codificado que tenía como soporte un trozo de papel. Se hacía inminente el mandato del poeta Baudelaire acerca de la íntima relación entre modernidad y velocidad.

La noción de atención que prevalece en la cultura contemporánea está muy cerca de la superficialidad y la banalidad. Lo esencialmente profundo no es propio de estos tiempos.

Lo epitelial, lo “light”, lo que se puede revisar, antes que leer con rapidez montan la cresta de la ola de lo importante, lo útil. Reflexionar no está de moda. Importan más la mera postura y la presunción que el conocimiento y la meditación radicales.

Lo relevante hoy no es razonar en profundidad un argumento, una información, sino, más bien, navegarlos, surfearlos, dar visos de que se visitó la idea, de que fue vista y no, precisamente, meditada.

Aunque un canal digital como Facebook es más laxo, y el email o el mensaje de texto a través del teléfono móvil nos ponen amarras menos rigurosas, en cambio, Twitter, un canal cada vez menos eludible, nos somete a la perversa lógica de la brevedad de 140 caracteres.

Bauman sustenta que de llevar al mundo electrónico el principio darwiniano de la “supervivencia del más fuerte”, la información más proclive a alcanzar la atención humana es aquella más breve, la menos profunda y la menos cargada de significado. De ahí la prevalencia de las oraciones en lugar de argumentos elaborados, palabras de moda en lugar de oraciones, fragmentos sonoros en lugar de palabras.

El precio que se paga por la “disponibilidad” de la información resulta en “encogimiento” de su contenido; mientras que el precio de su “disponibilidad inmediata” es una reducción severa de su significación. Lo dice en su libro de 2011 “Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global”.

En la cultura de los grandes pensadores del siglo XIX, e incluso, de inicios del XX, en cambio, los auditorios escuchaban complacidos conferencias tan extensas que luego se convirtieron en libros clásicos de cientos de páginas.

Las generaciones actuales cuentan con una incalculable cantidad de información en la biblioteca virtual del ciberespacio.

Sin embargo, cada vez es más escasa, por breve, desmemoriada y superficial, su formación intelectual y espiritual. ¿Cuánto hemos ganado? ¿Qué hemos perdido?



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